Es una opinión de un usuario que escribió al PAÍS, esta muy bien.
Es bueno que se lea, ya que estamos perdiendo todos nuestros derechos, que lucharon tanto nuestros abuelos y padres.
Y con lo que estoy leyendo a trozos, y lo mal que sale la mujer, no se donde vamos a llegar.
Este título no es una metáfora, es la expresión de una
realidad. Las medidas que acaba de aprobar el Gobierno y que vienen a
modificar los derechos y obligaciones de empresas y trabajadores, en realidad
tan solo suprimen o recortan derechos de los trabajadores. Se habrá perdido por
ello el equilibrio en que se basa toda rama del Derecho. De hecho, eso es lo
que se pretendía, porque ¿qué significa sino "flexibilizar" y
"desregular" las relaciones laborales?
El Derecho del Trabajo era, hasta ahora, un conjunto de
normas que disciplinaban aquellas relaciones, que ahora quedan sin regular o
que pierden su valor. Por consiguiente, se está transfiriendo la fuerza del
Derecho desde el código jurídico a las manos del más poderoso, que será siempre
la empresa.
Entre las medidas adoptadas ocupa un lugar preferente la del
"abaratamiento del despido". Los trabajadores, a partir de ahora, han
de temer que les puedan despedir más fácilmente, y tendrán aún menos fuerza
para oponerse a posibles decisiones de la empresa contrarias a la ley.
De hecho, ni se atreverán a denunciar las arbitrariedades
ante los tribunales, porque se encontrarán con que, incluso en el caso de
que estos les den la razón, tal decisión no comportará el restablecimiento de
sus derechos. La empresa se librará pagando un precio módico. Es decir, la
empresa podrá comprar con dinero el silencio de la justicia.
Todo ello justifica la reacción indignada no solo de los sindicatos, como
representantes de los trabajadores, sino de todos aquellos que saben que el
derecho al trabajo es un derecho humano fundamental y que el código jurídico es
un instrumento civilizador de las relaciones humanas. Es lamentable la miopía
de muchos que no saben ver el daño que estas medidas harán al proceso que la
Humanidad quiere recorrer hacia la justicia social. Lo veremos claramente
cuando el panorama de las relaciones de trabajo de muchas empresas vuelva a
parecerse más a un sistema feudal que a una democracia moderna.
La verdad es, no obstante, que de todo esto estábamos
advertidos. La política neoliberal que se ha ido imponiendo en los últimos años
en el terreno económico lo hacía presagiar. A mediados de los años ochenta ya
había quien, entre los sabios laboralistas, nos pronosticaba, con complacencia,
que muy pronto veríamos "el desmoronamiento del derecho laboral". El
Derecho del Trabajo, juntamente con la Seguridad Social, se había convertido
lentamente, con el tiempo, en el recambio civilizado de las revoluciones
sociales decimonónicas, y vino a conquistar pacíficamente, con sus normas,
nuevos espacios de justicia social. Esta rama del Derecho significaba un
compromiso entre el poder del empresario y las exigencias de justicia y
participación de los trabajadores en la empresa. El Derecho del Trabajo trataba
de canalizar la confrontación que comporta la misma naturaleza del trabajo por
cuenta ajena y proporcionaba amparo al trabajador que se proponía establecer
una relación laboral desde una posición solitaria, aislada y por lo tanto,
débil. El Derecho disciplinaba, además, la acción colectiva de los trabajadores
a través de la dinámica sindical.
Todo ello parecía indicar que la vieja lucha de clases estaba encontrando
vías de superación y que la barricada se había convertido en código o en
convenio colectivo. Parecía que los derechos fundamentales de carácter social y
económico que el consenso universal estaba aceptando, iban penetrando, también,
en el reducto de la empresa por la vía de la extensión de la cultura
democrática. Daba la impresión de que lo justo y conveniente era seguir
progresando por este camino, hasta convertir la empresa en un territorio de
colaboración constructiva. Pero la llegada de una nueva crisis del sistema
capitalista ha sido suficiente para que resonara machaconamente esa consigna de
salvación: "Hay que flexibilizar el mercado de trabajo", "hay
que desregular el Derecho del Trabajo". Pues bien, con las nuevas normas
se ha dado satisfacción a estas pretensiones. Cuantas menos normas, mejor…
Este es, pues, el auténtico fondo de la cuestión. Si el Derecho son
normas, lo que está haciendo el Gobierno es destruir con esta reforma una parte
del sistema jurídico establecido democráticamente y consolidado después de años
de sacrificios y de luchas sociales. Y en cambio, lo que nos acercaría a una
democracia avanzada –utilizando palabras del preámbulo de nuestra Constitución–
sería un sistema cada vez más participativo en las decisiones que afectan a los
ciudadanos a todos los niveles, también a nivel laboral. Y todo ello, ordenado
de la manera más perfectamente posible por la regla del Derecho.La
reforma pretende volver al liberalismo puro del ′laissez faire′
Por lo tanto, nadie puede negar que la reforma que ha de aplicarse a
partir de ahora camina en sentido opuesto a estos horizontes de civilización y
progreso. Es un intento de retorno a las fórmulas liberales más puras dellaissez faire.
Una vez llegados a este punto, habrá que entrar en polémica con aquellos
sectores que justifican la reforma como un mal menor necesario para reactivar
la economía, crear nuevos puestos de trabajo y aligerar esa lacra social
persistente que es el paro. Pero estos, seguramente, no se atreverían a poner
la mano en el fuego y asegurar que esta reforma laboral pueda ser determinante
para conseguir aquellos objetivos, y que no existen otras alternativas. En
cualquier caso, el daño que se habrá hecho al equilibrio humano dentro de las
empresas y al proceso histórico de la justicia social, será difícilmente
reparable; habremos perdido así casi un siglo en el camino del progreso.
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